A las 14.29, una alarma intermitente sacudió todo Madrid. Interrumpió comidas, siestas o programas de televisión y radio, provocando escenas de confusión. En el Museo Nacional del Prado sonaron al mismo tiempo miles de pitidos, amplificados por el eco del edificio. El ruido desconcertó a un grupo de coreanos que contemplaba Las Meninas, a las azafatas que se miraron extrañadas y a los guardias de seguridad, que hicieron un amago de iniciar el desalojo, creyendo que se trataba de la alerta del museo.
La sorpresa duró unos breves instantes hasta que comprendieron que el pitido procedía de sus propios móviles. La Comunidad de Madrid había enviado un aviso telefónico masivo, la primera vez que recurre a este sistema, para alertar de niveles récord de lluvias que habían pronosticado los meteorólogos estatales. “No utilice su vehículo si no es estrictamente necesario y permanezca en su domicilio atento a posteriores actualizaciones informativas”, advertía el mensaje en inglés y español, que recibieron todos los móviles presentes en ese momento en la región.
“Nos hemos asustado todos”, admitía una azafata del museo. Es raro que suene una alarma en el Prado. Si pasa, todos ellos están entrenados para saber que se trata de un evento muy grave como una amenaza de bomba o un incendio. Pero ese pitido agudo no les era familiar. Para los turistas la sorpresa fue doble. Muchos, ajenos a Twitter (actual X) y a las noticias de España, no tenían ni idea de que se esperaba un enorme temporal. Por suerte, nadie salió corriendo presa del pánico. “Miramos el móvil y nos tranquilizamos”, sonreía esta azafata. Rápidamente, la portera mayor, la mayor responsable de las azafatas del museo, avisó por el walkie talkie de que el centro seguiría abierto hasta las 19.00, como es habitual.
Por Madrid ya circulaba desde el sábado el rumor de que se avecinaba una Filomena de lluvia. La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) había incrementado la alerta del naranja al rojo [la mayor de todas] para la zona centro y las autoridades madrileñas elevaron la cautela, recomendando no salir de los domicilios y adelantar la vuelta a casa por carretera para que la operación retorno de las vacaciones no coincidiera con lo peor de las lluvias, previsto para el final de la tarde del domingo. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, avisó de que la situación que se avecinaba iba a ser “excepcional y anómala”, ya que se podía batir “un récord histórico que data de 1972″.
Muchos recordaron el fracaso en la gestión de la gran tormenta de nieve hace dos años y medio, cuando el área metropolitana quedó colapsada durante días. Entonces, el temporal sorprendió a la población, pero esta vez ha sido diferente. Los meteorólogos, primero, y los políticos después, alertaron de lo que podría pasar si se cumplían los pronósticos. Y gracias a la alarma en los móviles, nadie podría quejarse de falta de aviso.
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La precaución también parecía justificada por los precedentes y la idea, ya extendida, de que Madrid se colapsa cuando caen cuatro gotas. El último ejemplo es muy reciente. En diciembre, sufrieron cortes en algunas de sus estaciones de las líneas 2, 4, 5, 6, 7 y 11 de Metro y no había aviso porque las cantidades esperadas (y recogidas) no alcanzan ni el nivel de amarillo, el mínimo.
Con coherencia, muchos programaron una “tarde de Netflix” y cancelaron sus salidas a la sierra o sus reservas en restaurantes. El Ayuntamiento cerró parques o polideportivos y LaLiga suspendió el partido de la cuarta jornada que jugaban en el Metropolitano Atlético de Madrid y Sevilla. Bomberos y policías se desplegaron por toda la región. Pero con la tarde ya avanzada, apenas había caído más lluvia de lo normal en un día de invierno y por las calles y grupos de WhatsApp madrileños circulaba la pregunta de por qué habían fallado los pronósticos, desatando discusiones sobre lo complejo que es predecir con precisión dónde va a caer una tormenta y sobre si la gente va a volver a tomarse en serio la próxima alerta, si se repite.
Se preveía que cayeran hasta 120 litros por metro cuadrado en 12 horas en Madrid (de 12.00 a 0.00). Sin embargo, los registros quedaron por debajo, sobre todo en la capital. Hasta las 22.00 se habían recogido, en observatorios de Aemet, 80,5 litros en Villanueva de la Cañada, 57,8 en Navacerrada, 45 en Pozuelo, 43 en Rascafría, 36 en la capital y en San Sebastián de los Reyes y 35,2 en Alcalá de Henares. Sobre las 18.00, la lluvia abandonaba la capital sin dejar las “cantidades extraordinarias” pronosticadas por Aemet, que rebajó la alerta a naranja en toda la región, excepto en el suroeste.
En cuanto a incidencias, lo peor se lo llevó el sur y el oeste de la región, donde la red de aficionados Meteoclimatic ha medido 125 litros en Robledo y 90 en Navalcarnero. En la comunidad, entre las 14.00 y la 1.30 se han gestionado 1.257 expedientes relacionados con tormentas, con 726 intervenciones de los bomberos. Los municipios más afectados han sido Aldea del Fresno, Villa Del Prado, Villamanta, Villamantilla, Villanueva de Perales, Navalcarnero y El Álamo, donde se han producido inundaciones en vía pública, carreteras y en viviendas. “Se han realizado numerosos rescates de personas en viviendas y en vehículos”. A última hora del día la agencia de emergencias de la Comunidad calificaba de “muy complicada” la situación en esa zona y en redes sociales se compartían vídeos de riadas y vecinos achicando agua.
En la capital, en cambio, no hubo que lamentar grandes daños. Un reporte del Ayuntamiento con la tarde ya avanzada indicaba que se habían producido caídas de ramas, pequeñas inundaciones y balsas en vías públicas y en algunos túneles, así como asistencias sociales en diversos puntos. Metro cortó la circulación durante una hora escasa en la estación de Loranca (línea 12) y en el Metro ligero de Las Tablas. El cese más grave afectó a la línea 11, entre La Fortuna y La Peseta, donde los trenes pararon entre las 17.00 y las 20.50. Los vuelos y trenes con destino y salida Madrid también sufrieron numerosos retrasos, así como el Cercanías C-4, que recorre la región de sur a norte.
Cantidades nada desdeñables
¿Y qué ha ocurrido entonces con los pronósticos? Los meteorólogos advierten de la dificultad de pronosticar el lugar exacto de las tormentas y la cantidad de precipitaciones. Madrid capital y su área metropolitana se libraron de grandes daños, pero el sur de la región y Toledo sufrieron consecuencias.
Miguel Ángel Pelacho, delegado de Aemet Madrid, explica que “la precipitación ha estado más localizada al oeste de Madrid y en la sierra y no tanto en la ciudad por el movimiento de la dana”, al tiempo que destacaba que los litros caídos no son cantidades para nada desdeñables. Pelacho defiende la decisión de decretar el aviso máximo: “Cuando los modelos [de predicción] dan una situación entre aviso naranja y rojo, por precaución se tiende a poner rojo, sobre todo si afecta a mucha población”.
La mayor polémica saltó al final del día, cuando el presidente andaluz, Juanma Moreno, criticó el alarmismo en Madrid. “En días como hoy, es necesaria la precaución y no poner vidas en riesgo”, escribió en su perfil de X a las 22.00 del domingo. “Si un organismo público alerta de ‘peligro extremo’ debe estar muy seguro, porque eso tiene consecuencias sociales y económicas. Prudencia toda. Rigor, también”. Fuentes del Ministerio del Interior consultadas por EL PAÍS aseguran que “la alerta la lanzó el 112 de Madrid”, informa Patricia Ortega Dolz. Según estas fuentes, Aemet solo hizo un aviso rojo, sin calificar y el “peligro extremo” lo determinó la Comunidad de Madrid, que gobierna la también popular Isabel Díaz Ayuso.
Hosteleros perjudicados
Quizás entre los más perjudicados por la alarma se encontraron los empresarios hosteleros. Fer, un camarero del Japy Bar en barrio céntrico de La Latina, decía mientras limpiaba, tras la hora del almuerzo, que habían notado algo menos de clientela: “Ahora por la tarde, nuestra jefa nos ha dicho que cerremos, por si acaso ahora sí que cae algo más y luego no podemos volver a casa”.
Sin embargo, otros bares hicieron una buena caja. “A las siete de la mañana hemos levantado la persiana y ya había gente esperando, como otros días, y no han parado de entrar clientes en todo el día, el resto de bares de la plaza igual”, contaba la camarera del bar Ribera, que prefería no dar su nombre. “Lo único diferente ha sido que a las dos de la tarde nos ha sonado a todos a la vez la alarma”, apuntaba Anastasio, parroquiano habitual y vecino del barrio, mientras apuraba un vermú.
El Rastro acogió a centenares de personas que no se quedaron en casa. Los visitantes caminaban vigilantes bajo el cielo encapotado y se dispersaron cuando cayeron unas gotas, primero poco antes de las 11.00 y luego con más intensidad cerca de las 14.00. Abrieron algunos puestos menos que un domingo habitual y los que lo hicieron recogieron sus bártulos una hora antes, algo que suelen hacer en un día de lluvia.
Los turistas, como los coreanos que contemplaban Las Meninas, buscaron cobijo en su refugio antilluvias más común, el museo del Prado. Cuando el agua apretaba, llegaban a la carrera a la puerta de Goya, donde debían hacer cola durante largos minutos bajo la lluvia. Un vendedor callejero les ofrecía remedio en español e inglés: “Paraguas, paraguas, paraguas, umbrellas, umbrellas, umbrellas”.
Otros que sacaron partido a la jornada fueron los guías oficiales que se ofrecen a las puertas del museo. Cuando llueve, aunque sea poco, los turistas se agolpan en la cola. Cuando escampa, se largan.
“Si llueve vienen todos aquí. Todos”, decía Juanma Magueira, un guía turístico de origen gallego que tachaba de exagerados los pronósticos: “En Madrid nunca llueve de verdad”.
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